La primavera apunta maneras y el frío invierno empieza a despedirse de nuestras vidas hasta la próxima edición
en el mes de diciembre. Una estación que no tiene demasiados seguidores, maldecida por muchos y odiada por la mayoría.
Objetivamente, hemos de reconocer que los meses de invierno tienen muchos ingredientes, que a priori, producen rechazo: oscuridad, bajas temperaturas, niebla, nieve, hielo, viento, lluvia,… en definitiva inclemencias meteorológicas y ausencia de luz solar. En el norte extremeño, aunque padecemos el frío invierno, nuestros mayores afirman que no es para tanto, que ya no son los inviernos (ni ninguna estación climática) como los de antes.
A medida que nos fuimos alejando del Ecuador, los días empequeñecieron y llegó la oscuridad. Pero, si realizamos un ejercicio de positivismo y observamos el invierno desde un prisma diferente ¿por qué no exprimir al máximo lo que cada año nos ofrece el ciclo anual?
Los árboles desnudos balancean sus ramas al son de las rachas de viento. El carámbano forma originales esculturas y el hielo crea una débil película sobre el agua estancada.
Las heladas en la alborada cubren nuestros campos de un manto blanco. La escarcha solidificada se posa sutilmente sobre plantas y ramas, formando figuras geométricas solo apreciables bajo el microscopio.
La nieve sobre nuestras montañas, y con suerte, sobre nuestros pueblos, nos ofrece estampas de postal. Rutas y excursiones para tocarla, olerla, e incluso probarla. Juegos y trineos para pisarla, aplastarla y moldearla. Tumbarse sobre ella, emprender guerras de bolas de nieve o dar forma a nuevos personajes. La nieve siempre es bienvenida en tierras extremeñas, quizás porque sea escasa, o porque aventuramos a que traigan muchos ‘bienes’.
El descenso de las temperaturas, además de dejarnos paisajes increíbles, es un componente esencial para la maduración de la chacina. Nuestros deliciosos jamones, lomos, chorizos, o morcillas precisan de un invierno crudo y gélido.
Así, si lo pensamos ‘fríamente’, la estación más oscura del año nos deja múltiples sensaciones (y algún que otro escalofrío). Después de lanzarnos a la aventura de descubrir los rincones invernales cacereños, buscamos el calor de la chimenea al abrigo de un chocolate caliente con churros. Esos pequeños placeres que sólo se sienten, y se disfrutan, en invierno.
Cuenta la leyenda, que Ceres, diosa de la tierra, provocó el otoño y el invierno al detener enfurecida el crecimiento de frutas y verduras porque su hija, Proserpina, había sido raptada por Plutón. Finalmente, Plutón accedió a que Proserpina pasase seis meses al año con su madre y debido a ello, Ceres decora la tierra con flores de bienvenida.
Publicado: 24 febrero 2015
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