Cualquier día es bueno para lanzarse a caminar o a “hacer senderismo” por la Vera. También en invierno; y por lugares que aunque son conocidos nos pueden sorprender en este tiempo. Mi paseo de hoy es por el Lago de Jaraíz. Comprendo que quien lea mi mención del Lago con sus aguas abundantes y frías en estas fechas de enero, cuando lo que apetece y corresponde es recurrir a la intimidad y disfrutar en torno a la lumbre saboreando un sopetón, o, como aconsejaba el tío Emeterio que en paz descanse, solazándose con “las tres bes” (botella, baraja y brasero), me puede de tachar cuando menos de anacrónico.
Sin embargo, al andarín aventurero que uno lleva dentro le arrastra en esas tardes invernizas y soleadas salir de casa y perderse por caminos y vericuetos que en esta ocasión me han conducido al citado Lago de Jaraíz. Y ya a la vista, desde lo alto, mientras deambulo por el boscaje de robles, jaras, matorrales, helechos y breñas, que flanquean el paraje, me viene a la memoria el primitivo hondón que formaba el agua en medio de su curso en este tramo de la garganta de Pedro Chate, al que llamábamos “La Caldera”. Aquel charco era el único lugar con profundidad suficiente para bañarnos, respaldados por el puente al fondo, que después, en la década de 1960, todo aquel paraje se convirtió en “El Lago de Jaraíz”, el primer complejo turístico de la comarca y uno de los principales de la región, que en aquel entonces, por el empeño político de permanencia del recuerdo para la posteridad de benefactores y amigos, se llamó Lago de Alonso Vega.
Quizás por la dedicación de este espacio al turismo y la estampa que permanece en la retina saturada de bañistas y veraneantes, nos sorprende en este tiempo con ese eco transparente de silencio, minado solamente por el breve rumor de las aguas y un ligero vientecillo que silba entre las cuerdas del arpa del bosque cercano.
El paseo, siguiendo el curso de la garganta de agua, por un empedrado con atisbo de calzada romana, nos lleva, entre alisos, chopos y avellanos, a poco más de cincuenta metros, hasta el Mesón de las Tablas, donde nos sentimos transportados a uno de esos paraísos perdidos en los que el espíritu se templa con resonancias y sensaciones de antaño.
Relato esta vivencia para que el turista o visitante que se acerca a La Vera en esta época sepa que hay parajes bellos y naturales al alcance de la mano en cualquier mes del año donde disfrutar de la paz, aunque sean lugares más propios del estío.
Finalizado el paseo, si al visitante le apetece, puede reponer fuerzas con unas tapas y unos tragos o un carajillo, en las instalaciones del Lago o del Mesón de las Tablas, que abren según el tiempo, o en algunas de las tabernas y mesones que ofrecen las poblaciones del entorno, completando una jornada de relax.
Aunque también, si el temporal arrecia, puede meterse entre pecho y espalda un buen sopetón esponjado en el primer aceite del año, con azúcar y otras especies, pasado por la lumbre de la chimenea, o, haciéndose caso de lo que decía el tío Emeterio, avenirse a disfrutar en buena compañía de “las tres bes”: botella, baraja y brasero.
Publicado: 9 de enero de 2015