En una de las crónicas pasadas, dejamos al viajero por los pagos de “Navalaguija”, luego de haber cruzado la Rivera del Bronco, llamada antiguamente de “Santacruz”, por las “Pasaérah de San Pedro”. A sus espaldas quedaban las ruinas de la ermita que lleva el nombre de ese mismo santo y el pardo mar de encinas de la hoja de “Rebollares”, perteneciente a los términos de Santibáñez el Bajo.
Bueno es que se aventure el viajero a seguir Rivera abajo, ya que merece la pena contemplar el encajonamiento fluvial de su corriente. Porque bien cierto es que el paisaje y sus bucólicos sonidos recrean gratamente la totalidad de los sentidos. En sus orillas, las huellas de dos antiguos molinos harineros: el de “Caitanu” y “La Jabalina”. Multiformes batolitos graníticos, como monstruosos, deformes y pétreos animales antediluvianos amenazan con despeñarse sobre las bravas y espumosas aguas. Por la margen derecha, se van hermanando los términos de Aceituna y Montehermoso. Y por la izquierda, se abrazan los de Valdeobispo y Santibáñez.
Juan Jesús Sánchez Alcón
Ningún guía mejor que el noble y buen amigo Juan Jesús Sánchez Alcón, montehermoseño por los cuatro costados, para glosar estos paradisíacos recovecos por donde se retuerce la Rivera del Bronco, en su tortuoso recorrido hasta desangrarse en el río Alagón. Juan Jesús, que durante diez años ha sido el alma máter de la asociación sociocultural y medioambiental “Andares” y que sigue con su corazón inquieto volcado en mil y un proyectos que tienen mucho y bueno que ver con Montehermoso, su pueblo, puede hablarle al viajero del enigmático encanto de “Las Potras”.
La Rivera del Bronco se vuelve Guadiana cuando penetra entre las ásperas canchaleras del paraje de “Las Potras”. El berrocal, erosionado y horadado por el paso de los siglos y milenios, ha conformado todo un laberinto de covachas y galerías subterráneas y ha labrado multitud de palanganas de diferentes honduras y tamaños que son denominadas, científicamente, pilancones fluviales o marmitas de gigantes. Los paisanos de estos pueblos las llaman comúnmente “tinájah”. Fluye y corre el agua por debajo, pudiendo el viajero cruzar la corriente sin mojarse las suelas de sus botas. Juan Jesús aconseja no aventurarse en épocas en que la Rivera anda preñada de caudal, y recomienda, además, llevar casco, linterna, cuerdas, arneses, walkie talkies y guantes si se quieren explorar covachas y pasadizos. Muy en cuenta hay que tener que los móviles no furrulan entre estos encajonamientos graníticos.
Por doquier el aventurero puede observar encinas de gran porte, almeces, acebuches, cornicabras, alisos, piruétanos, majuelos, rosales silvestres, retamas, aladiernos y hasta ese apasionado ecologista que es Juan Jesús Sánchez Alcón ha logrado descubrir algún que otro ejemplar de tejo y de enebro camuflados entre estas algaidas. Por lo alto, vuelan y planean águilas perdiceras y culebreras, busardos ratoneros, halcones peregrinos, gavilanes, cernícalos, cigüeñas negras, buitres, búhos reales, alimoches, martines pescadores y otro sinfín de avecillas que dan vida en el aire a infinidad de pentagramas. En el estío, cientos de murciélagos se cobijan en las covachas y abrigos rocosos, por cuyas paredes trepan miles de arañas de patas largas y opiliones, llamados éstos por los paisanos con el nombre de “murgáñuh”.
Otras especies faunísticas se escabullen entre el monte, tal que el gato montés o la gineta, la garduña, el tejón o el jabalí. En las zonas ribereñas corretea el turón, mientras que la nutria disfruta de las cristalinas aguas. Conejos, lagartos ocelados y culebras de diferentes clases, destacando la bastarda, también forman parte de estos ecosistemas, incluidos en la Red Natura 2000 y del área comprendida en el Plan de Recuperación del Lince Ibérico en Extremadura.
Publicado: 18 enero 2015