Como si se hubiesen rescatado aquellos viejos principios de la solidaridad y el apoyo mutuo, numerosas vecinas de la localidad cacereña de Santibáñez el Bajo decidieron cristalizar la idea que bullía en sus cabezas y colocar en el medio de la plaza del lugar un árbol curioso, singular, precioso, chipirifláutico, colorista y que llegaba a mirarle a la cara a la misma torre de la casa de Ayuntamiento.
Según nos cuenta la vecina María Jesús García García, ha sido la iniciativa propia de las santibañejas (también han echado una mano algunos hombres) las que han acometido una obra que ha durado dos meses completos, trabajando cuatro o cinco horas diarias, de lunes a sábados, ambos incluidos. Unas 26.000 horas afanadas en reciclar los cientos de botellas de plástico y las latas de refresco recogidas por el pueblo y en otras villas y lugares de alrededor. Las botellas de la leche sirvieron para fabricar las estrellas. La gran caperuza del árbol se vertebró con las tiras que se les sacaron a las garrafas de agua, de cinco litros. Los envases de los refrescos se emplearon en confeccionar flores de pascua y gran cantidad de de bolas de Navidad que mostraban vistosos coloridos.
Una vez realizada la estructura del árbol, que fue obra de una cuadrilla voluntaria de hombres, las mujeres fueron tejiendo esta estructura. El árbol fue creciendo y, cuando se colocó en la parte central de la plaza mayor del lugar, la estrella de su cúspide se miraba, cara a cara, con el reloj de la torre del Ayuntamiento.
LA TRADICIÓN
Cierto es que el árbol de Navidad tiene otros parámetros culturales muy diferentes a las tradiciones navideñas hispánicas, como le ocurre a Papá Noel. Pero, poco a poco, se han ido colando en los hogares españoles. No obstante, el árbol erigido por las mujeres en Santibáñez el Bajo, dada su singularidad, es toda una obra de arte que viene a ser la síntesis no solo del esfuerzo colectivo, sino de valores realmente navideños, como la solidaridad y la fraternidad, aparte del virtuoso reciclaje, propio de aquellos tiempos en las humildes economías no permitían arrojar casi nada al basurero, ya que todo se aprovechaba y se reciclaba hasta sus últimas consecuencias.
El viajero, el caminante, el curioso…, cualquiera que en estos días navideños meta sus botas de andariego o sus vehículos por los asfaltos de Tierras de Granadilla, ya sabe dónde tiene una cita: en la plaza del lugar de Santibáñez el Bajo, donde todos los vecinos se sienten orgullosos de su obra y, fieles a la antigua sentencia, se dicen unos a otros: “Lo bien jechu, bien paeci”.