Mi abuelo Teodoro -que nació en abril de 1914, mientras millones de jóvenes se morían de asco en las trincheras de media Europa- solía entonar a veces una canción, residuo de largas, lejanas noches de farra, de la que sólo recuerdo con claridad una frase, somos los hijos de la Melona, todos tenemos buen humor, ya que el resto era, en buena medida, un galimatías de términos en francés y palabras de un inglés inventado, como de “Bienvenido, Míster Marshall”, que resultaba más bien difícil de comprender. Este año, viendo noticias y documentales de la Primera Guerra Mundial, hemos averiguado que lo que mi abuelo canturreaba era una versión bufa de It’s A Long Way To Tipperary, uno de los grandes hit parade de aquel conflicto que ahora cumple cien años. Pero no ha sido ni la fecha de nacimiento ni la musiquilla de ese largo camino a Tipperary las que me han hecho acordarme de mi abuelo mientras leía “Las aventuras del valeroso soldado Schweijk”, del escritor checo Jaroslav Hašek, una novela ambientada en la Gran Guerra, sino su peculiar sentido del humor. Mi abuelo, que lo mismo se desternillaba con los monólogos de Gila que con las excentricidades de Pippi Calzaslargas, se hubiera divertido de lo lindo con las peripecias del soldado Schweijk, un “idiota oficial”, como él mismo anuncia orgulloso en más de una ocasión, que, a pesar de haber sido considerado inútil para el servicio, acaba yendo a parar al frente ruso por una rara mezcla de azar, torpeza y estupidez propia y ajena, protagonizando, de camino, una larga sucesión de episodios absolutamente esperpénticos.
Estoy convencido de que el humor en sí, como expresión singular de la inteligencia humana, es eterno, pero también de que sus formas concretas son perecederas, están sujetas a la moda, al momento cultural, al paso del tiempo, y por eso tengo la impresión de que, por esa razón, porque la novela es más de su tiempo, mi abuelo hubiera disfrutado mucho más de lo que lo he hecho yo con las simplezas del tonto de Schweijk, lo mismo que, con toda probabilidad, alguien que hubiese nacido en Praga veinte años antes que él habría disfrutado con ellas todavía más. Sin embargo, lo que hace que “Las aventuras del valeroso soldado Schweijk” todavía esté vigente y merezca la pena, aparte de las muchas muestras de humor imperecedero que contiene, con personajes, situaciones y diálogos dignos de una película de los hermanos Marx o de los Coen -el capellán castrense Otto Katz, el zapador Woditshka o el teniente Dub, por ejemplo, son impagables-, es la posibilidad de acercarnos, entre líneas y chistes, a la realidad de aquella terrible primera gran guerra, a pie de calle, o de cuartel, o de frente de batalla, lejos de los entusiasmos colectivos y los grandes movimientos de tropas, y conocer, por ejemplo, la desafección de buena parte de los checos hacia el Imperio Austrohúngaro, la rivalidad con los húngaros, la corrupción, los chanchullos, las deserciones, las ejecuciones o las barbaridades que, en forma de automutilación, perpetraban muchos para evitar ser enviados al frente, situaciones vivas, reales, frecuentes en el libro, que hacen, de “Las aventuras del valeroso soldado Schweijk”, además de todo un clásico del humor, un contundente alegato antibelicista.
“Las aventuras del valeroso soldado Schweijk”
Jaroslav Hašek
Varias ediciones
Publicado: 9 de octubre de 2014