Si usted, mi querido lector, en estos días de septiembre en los que comienza a vislumbrarse el dorado otoño se encuentra un tanto aturdido aún por las playeras vacaciones estivales, y busca un poco de serenidad, de silencio y de paz, puede acercarse a La Vera. Así obró el primer europeísta de la historia, el gran Emperador Carlos V, que había quemado su vida viajando de una a otra parte, entre luchas y propósitos, y que ahora nos puede servir de ejemplo.
Entrando en Cuacos por el sur, de Plasencia a Ávila, se puede desviar a mano izquierda por una carretera de dos kilómetros y poco más que le lleva a Yuste. Antes de subir se topará de frente con un monumento erigido recientemente, obra del escultor mejicano Carlos Terre, como homenaje al gran monarca. Las diez toneladas que pesa esta artística escultura, de diez por cinco, las merece el Emperador de sobra, tanto por su humilde abdicación como por su dedicación en el retiro de Yuste para descansar y recuperarse de sus dolencias y prepararse para la otra vida.
Para mí, como para cualquiera que conozca su vida, en consecuencia esta conducta me sugiere un ejemplo de humildad. Una profunda humildad que descubrí mientras escribía el libro La última confesión de Carlos V, rastreando sus pecados que fueron perdonados por su modestia y docilidad, lejos de toda petulancia y ostentación, pese a su abolengo y ser el personaje más poderoso de su tiempo. Pecados que, lejos de humillarlo, lo enaltecen por su honradez y su sinceridad.
Él supo, en contra de la ambición de otros monarcas, dejar el imperio aunque siempre estuvo respaldando al poder en el silencio y la sombra de Yuste. Un buen ejemplo para los políticos de aquel tiempo y, sobre todo, para los de hoy, ridículamente petulantes y codiciosos, que siguen haciendo caso omiso del clamor de la ciudadanía, sin gesto alguno de humildad, devorados por sus desmesuradas ambiciones, o sea, siendo comedidos y correctos al abrir la boca, y, sobre todo, recortándose las plumas color euro de sus alas de inflados pavos reales.
El retiro de Carlos V, primeramente descansando en Jarandilla, donde reside durante tres meses hasta finalizar las obras de su casa-palacio de Yuste, y después, ya en su morada monástica, responde a dos motivos fundamentales: el primero es prepararse, como hombre religioso, para el encuentro con Dios en la otra Vida, y el segundo, para recobrar en lo posible la salud, y disfrutar de las pequeñas aficiones: sus libros, sus relojes, sus mapas, la caza, la pesca, la buena mesa, los paseos y la conversación tranquila y reposada de los gestos sencillos, de la vida monótona pero vivida espiritualmente y con humildad.
Él parece decirnos hoy día, aparte de continuar siendo el primer atractivo turístico de La Vera, cuanto sugería Juan de Regla, su confesor, en una de sus pláticas: “el dinero hace hombres ricos, el conocimiento hombres sabios, pero la humildad hace hombres grandes”.
Publicado: 1 septiembre 2014