En Villar de Plasencia, las cosas quedan como estaban. Las calles vuelven a ser silenciosas.
Las horas son las mismas que marcaba el reloj de la plaza, antes de que empezara el bullicio. De nuevo, hay orden, rutina y calma. Pero también, nostalgia. Sobre todo para los que marchamos.
El verano en el pueblo, dure el tiempo que sea, es auténtico. Cuando llegan las vacaciones, el reencuentro con lo de siempre es necesario. El camino de vuelta comienza haciendo memoria del momento exacto cuando el pueblo “se abre”.
Ahora, ya están bien guardados esos atardeceres y recuentos de estrellas por la noche en San Antonio; los paseos hasta la fuente, y no sólo para coger agua; las rutas en bicicleta; los chapuzones en la piscina; los bailes en las verbenas de San Bartolomé.
Todo está recogido ya en la maleta. Al deshacerla, seguro, saldrán de nuevo esos recuerdos renovados. Resulta curioso. Contado así, parece que los planes se repiten año tras año, pero siempre aportan algo distinto.
Lo que no cambia es la rapidez con la que pasan los minutos, cuando el verano llega. El otoño ya está aquí.