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Un brindis con la luna de copas por los tejados

Las burbujas se mueven de abajo arriba al ritmo que marcan las cigüeñas. De hecho, su claqueteo es el hilo musical en las noches de ‘roof top’ por Plasencia. O lo que es lo mismo, en las veladas de copas por los tejados de la ciudad.

No hace falta irse a Madrid o a otra urbe de cierto empaque para brindar con la luna. La moda gatuna de sentirse más cerca del cielo en las noches de verano existe también en el norte extremeño.

Copear de tú a tú con las estrellas es, sin duda, una opción diferente.

Lo primero, porque son pocas las posibilidades de hacerlo, ya que estas azoteas tienen limitado el disfrute a la temporada de verano.

Lo segundo, porque el cambio físico de escenario respecto al suelo es radical.

Lo tercero, porque las sensaciones son distintas a las que se tienen cuando los pies están asentados más cerca del centro de la tierra y de su inevitable bullicio.

Un skyline de torres, campanas y espadañas

 

IMG_1843El primero en inaugurar esta buena costumbre en la capital del Jerte fue el café-restaurante Blue’s Mery, pionero en ofrecer la alternativa de saborear copas a ras de las nubes con unas vistas inigualables a la catedral. Le siguieron Casa Juan, el Café de San Esteban y el Hotel Palacio de Carvajal-Girón, creando entre los cuatro establecimientos un circuito perfecto en el corazón de la ciudad para poder espiarla desde las alturas.

Ahí arriba se escuchan, se ven y se sienten otras cosas.

El crotoreo de las cigüeñas es una de ellas. El silbido del viento que a veces abajo ni se percibe, otra. La brisa más degradada, un bienvenido aliciente que sumar en las noches al sereno de la canícula estival.

DSC_0015Desde las azoteas de la ciudad se descubre una Plasencia distinta. El paisaje es una bella estampa de torres, campanas y espadañas. También de nidos gigantes y de antenas, entre los que de vez en cuando se deja entrever la silueta voladora de algún pájaro nocturno.

Si se tiene la suerte de ser el primero en llegar se podrá, además, saber cómo suena el silencio.

Echarle un pulso a la luna no exige más que subir unos cuantos peldaños. Merece la pena salvarlos y sentarse a observar, convertirse en émulo del Abuelo Mayorga y comprobar por qué el viejo campanero no está dispuesto a bajarse de su torre municipal.

Haga la prueba. La música corre por cuenta de las cigüeñas y del ‘cling cling’ del choque de los hielos en su copa. La luz la ponen la luna y las estrellas.

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