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Veraneando en Plasencia

Será cosa de la edad. Seguro porque a mí también lo que más me llegó a gustar del verano era bañarte y no tener que madrugar para ir al colegio. Entonces me parecía que el calor en Plasencia no era tan asfixiante y recuerdo que el peor momento del día era cuando en casa tocaban a siesta. Cerraban a cal y canto las ventanas, bajaban las persianas y te obligaban a dormir. Por no decir cuando tenías que esperar las dos horas de rigor para zambullirte en el agua después de merendar bajo amenaza de corte digestión.

Con el tiempo descubrí que el verano parecía pensado para el ocio porque atravesar la calle del Sol, que por algo se llama así, a las cuatro de la tarde para ir a trabajar era una auténtica tortura. Y entonces empecé a cogerle el gusto a las noches de verano, algo que persiste con el tiempo aunque ahora sumado a placeres más domésticos y menos prosaicos. A saber. Aparcar sin mayor problema en horas punta, aunque será cosa de la crisis económica, pero este verano hay menos huecos libres. Señal de que tampoco los vecinos de mi calle se han ido de vacaciones.

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Pero además del aparcamiento, lo que cada vez me gusta más del verano es lo rápido que se seca la ropa. Qué le vamos a hacer, pero ya os dije que debía ser cosa de la edad. Como la presbicia.

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Los tomates. Sabrosos, olorosos, carnosos. Todo lo que se diga es poco para rendir merecido homenaje al tomate, en el hit parade de las cosas que me gustan del verano. Y si son de Cabezabellosa o del Batán, ni te cuento. El reencuentro con los amigos, lo largo que se hacen los días, los picnic nocturnos con larga sobremesa, los paseos en bici y terminar metiendo los pies en el agua, los baños en frías, pero preciosas gargantas, una cervezita fresquita … Según voy haciendo recuento, me veo a mi misma como al ciego de aquel corto que pasaron en los cines con la película de Delicatessen mientras una voz en off iba relatando, en un exquisito francés, lo que le gustaba y lo que no le gustaba. Acabó chocándose, como yo con el sol cuando atiza porque ahora recuerdo otra de las cosas que me gustan del verano, la sombra. Y caigo en la cuenta de que cada vez me parezco más a mi madre, también cosa de la edad, cuando cada año repite que no recuerda un verano tan caluroso como el último. Aunque, la verdad, este año no está siendo para tanto…

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