El paso de distintas civilizaciones y pueblos por tierras extremeñas a lo largo de la historia ha dejado numerosos vestigios. En la comarca cacereña del Valle del Alagón tenemos la posibilidad de realizar un viaje a la edad de piedra y conocer un poco más sobre la vida y las costumbres de nuestros antepasados prehistóricos.
La dehesa boyal de Montehermoso nos invita así a descubrir sus yacimientos megalíticos datados en el tercer milenio antes de Cristo, hace más de 5.000 años, según reveló el carbono 14.
A finales de la década de los 90 una serie de excavaciones sacaron a la luz tres dólmenes, dos de ellos en excelente estado de conservación. Aunque en la actualidad se pueden visitar y admirar estos tres monumentos funerarios, se sabe que en este paraje existen otros dólmenes sin excavar en un número indeterminado.
Una de las hipótesis que barajan los arqueólogos es que en este momento de la evolución del hombre, los moradores del Neolítico de la alta Extremadura pudieron convertirse en sedentarios y dejar de ser nómadas.
Así, el dolmen podría expresar la vinculación del pueblo a la tierra y además se convertía en un elemento de prestigio: una expresión de su capacidad organizativa y de la fuerza de sus habitantes. Grandes moles de granito que demostraban a visitantes o invasores que ese territorio tenía dueño. Eso sí, se cree que el terreno era un bien colectivo, de toda la comunidad y existía cierto igualitarismo social dentro de un linaje o una gran familia.
Los dólmenes montehermoseños conservan su estructura circular y su pasillo de acceso, orientado al este, pero han desaparecido las grandes piedras que cubrían la tumba. Donde hoy podemos entrar es en el interior del enterramiento y se observa el formato original con piedras de gran tamaño y la tierra que cubría la cámara formando un gran túmulo.
En su interior, los arqueólogos encontraron lo que se denomina “ajuar de megalito”formado por cerámica, cuentas de collar, hachas pulimentadas, puntas de flecha, molinos de mano o láminas de sílex. Desafortunadamente no se halló ningún resto orgánico al tratarse de un suelo ácido con unas propiedades químicas y físicas que no han posibilitado su conservación hasta nuestros días.
Nuestros antepasados demostraron su inteligencia al elegir un asentamiento plagado de posibilidades. Se baraja la hipótesis de que ya existiese el bosque mediterráneo tal y como lo conocemos hoy en día, incluso que la dehesa fuese la base económica de la vida en esta época remota. Queda por investigar y demostrar si el hombre del Neolítico criaba cerdos, extraía la miel o producía harina de bellota. En definitiva, los extremeños tampoco hemos cambiado tanto.
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