Una terapia al alcance de la mano. Acercarse a La Vera en pleno ferragosto (Feriae Augusto, vacaciones de Augusto, en su vertiente imperial), aparte de vivir el ambiente de fiestas que se prodiga por doquier, el viajero o visitante se puede permitir zambullirse en un espacio de sombras acogedoras remansado de charcos de aguas claras, frescas y transparentes. En sus cumbres se puede sentir el sonido del paisaje: el rumor de los torrentes cantarines, el crepitar de la nieve escondida que se derrite mansamente entre los picachos últimos de Gredos, los cerezales reposando tras su ordeño, el talantán de las esquilas del ganado ramoneando por las faldas de la sierra y el variado abanico de la arboleda ligado al perfume de sus jugosos frutales… Y este manojo de sentimientos, se dejan envolver por la emoción de su clima dulce, el sabroso hormigueo de su gastronomía, la luz granate que transpiran los atardeceres o el reverberar de las noches estrelladas… por poner algunos ejemplos.
El escenario se completa con el escaparate del color dorado de las piedras milenarias de sus monasterios, conventos, monumentos, conjuntos histórico-artísticos y casonas, algunos de los cuales han sido recuperados y otros se encuentran protegidos con sus románticas ruinas, y los viejos puentes y calzadas aún en uso que delatan la sabiduría de su legendaria e imperial historia.
Pero no solamente el paisaje nos apacigua y nos sirve de terapia. También contamos en esta tierra con esa otra vertiente tradicional y relajante, sosegadora y saludable, cercana y acogedora: la que rezuman la tranquilidad de los pueblos, la sana y humana convivencia y el trato con la gente que expresa con el corazón sus sensaciones, junto con la placidez de sus cielos casi al alcance de la mano, el tañido de las campanas, o el simple trasiego y deambular por las calles entre mesones umbríos y apacibles… o las plazas y plazoletas recoletas cargadas de silencio y de magia. Y de puertas adentro, en el interior hospitalario de la vivienda, el visitante o viajero puede dejarse empapar por la conversación sobre lo intrascendente, esponjarse de la sabiduría popular, escuchar el silencio y conectar con el respeto de las cosas y los animales, la contemplación de la vida que pasa o la valoración del tiempo que, sin prisas, invita a la reflexión y disfrute de la auténtica paz, de la solidaridad y el tranquilizante sopor de la existencia… la pasión y la serenidad que pueden devolverle a su labor y monotonía diaria más relajado.
Estas son algunas de las sensaciones ferragosteñas con las que se puede topar el turista viajero en estas fechas por nuestra comarca, tan cercana y diversa, tan hermosa y original, tan variopinta y única en este tiempo, olvidándose por unos días de la bulla y ajetreo de las playas atiborradas de cuerpos remostosos, los masificados espectáculos que atosigan las tragaderas anímicas, o la simple multitud agobiante en la que a veces nos encontramos sumidos por las circunstancias, y esa “crisis” que aún nos ataca como un perro rabioso que hinca sus afilados colmillos en nuestro bolsillo y, lo que es peor, en nuestro interior, en nuestra calidad de vida.
No es de extrañar, por tanto, la descripción de Don Miguel de Unamuno, a su paso por nuestra comarca: “En aquellas fragosidades, donde se dan los más dulces frutos, donde el tomillo y la jara aroman a los berruecos, donde parece que el campo es música de armonio monacal… oscuros pensamientos de eternidad parecen brotar de la tierra”.
Algunos pueden pensar de lejos que todo esto es pura retórica, poesía y músicas celestiales. Pero los que lo viven cerca, saben que tengo razón, que La Vera es un espacio cargado de sensaciones positivas, una excelente terapia al alcance de la mano, en pleno ferragosto.
Publicado: 14 agosto 2014