Aquel viejo adagio “Con pan y vino se anda el camino”, últimamente se ha puesto de moda… Pero no solo con pan y vino, claro, (aunque ya lo quisieran muchos en estos tiempos de “crisis”) sino con mucho más que eso: que hoy la gente va a más y quizás por esa razón se ha inventado lo que llaman “rutas gastronómicas”: saborear el viaje, entretener el tiempo turístico paladeando platos, una forma más de disfrutar, junto a otros placeres, como el cultural, monumental o histórico, mirar las estrellas prendidas de la sierra, contemplar las aguas cantarinas de sus gargantas o escuchar el rumor fresco del bosque, por poner unos ejemplos.
Pero, al releer mi premisa, quizás me he expresado mal, ya que este placer de “viajar y comer” no es algo de ahora sino que es tan viejo como el mismo tiempo, tan antiguo como el mundo y tan sobado como la vida misma. Y por no andarme por las ramas, que para hablar de ello se podía escribir un grueso volumen, paso a lo que nos interesa en este artículo sobre los sabores en general, referidos a esta demarcación de mi bitácora.
Ya el Conde de Canilleros, al descubrir esta comarca la describió por la variedad y riqueza de sus productos como un paraíso de colores y sabores “por donde nos perdemos entre perales, camuesas, higueras, membrillos, cerezos, granados, castaños, robles, olivos, fresnos, moreras, álamos, laureles, madroños, naranjos, alisos…” a los que hay que añadir la sabrosa y variada gama de la oferta de la huerta, en su amplio abanico. Productos con los que se elabora una comida sencilla. En mi libro Cocina Tradicional de la Vera, editado en 1992, que va por su octava edición, el cocinero vasco Iñaki Izaguirre, Premio Nacional de Gastronomía, que lo prologa, dice: “No busquemos en los platos de La Vera una receta sorprendente y rebuscada, sino la sabrosa y nutritiva, no por eso menos sugerente y digna, que puede servirnos de base para para iniciarse con sus selectos elementos en un insuperable plato de cocina creativa”.
Y eso es lo que fundamentalmente vamos a encontrar en este entorno, dentro de los recetarios del arte culinario en sus diversas manifestaciones: monástico/conventual, pastoril/agrícola o señorial/imperial, este último, con la generosa aportación de aquel gran “comilón”, como llamó Antonio de Alarcón, al Emperador Carlos V, en su retiro de Yuste, para quien su selecto equipo gourmet elaboraba diariamente veinte platos (no aperitivos). Hace unos años, en unas jornadas gastronómicas de Montánchez, acusando del fervor de Carlos V por el jamón de estas tierras, ofrecí una conferencia sobre el tema, y el televisivo cocinero extremeño, Antonio Granero, elaboró una selección de platos (relacionados con el cerdo) de los que le confeccionaban para él, extraído de mi libro La Mesa del Emperador: Cachuela, Cochinillo de Leche Relleno, Lomo de Cerdo en Adobo, Bourbelier de Cerdo Ibérico, Olla Podrida, Salchichas de Cerdo Picante y Pastel de Tocino Frito y Jamón… incluso pensamos llevar estos y otros platos al conocimiento popular mediante un volumen que se esfumó por falta de apoyo editorial.
De todas formas, alguna de aquellas recetas imperiales se pueden degustar hoy día en cualificados restaurantes de la Vera, sin olvidar esas otras de la cocina tradicional, monacal y pastoril…
Es una sugerencia para este verano que hemos comenzado, una forma de saborear y disfrutar del camino con los mejores productos del estío: el gazpacho, el rin-ran, el pisto de calabacín, los quesos de cabra… los peces y truchas o las carnes con el sabor del exquisito pimentón de la Vera… Que les aproveche.
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