La Vera estalla en fiestas en agosto. Y aunque las distintas poblaciones, aparte de la celebración religiosa, aglutine dentro del marco profano otras actividades socio-culturales y deportivas, el espectáculo o rito que acaparaba desde antiguo y aún hoy día continúa acaparando la atención del público, son los encierros y capeas de toros o vaquillas, los “toros al envejecido estilo”, como citan los libros parroquiales de las cofradías. Hasta tal punto interesan, sobre todo a la mocedad, los ritos taurinos que se dice que “si no hay toros, no hay fiesta”.
Los toros, a secas, como se suele conocer por estos pagos, se celebran en su plaza mayor u otra con espacio suficiente, debidamente acondicionada y abierta al público, y su celebración no se resume al momento de la capea, los preámbulos y preparativos, la organización de las peñas y su espacio en la plaza, la construcción de las empalizadas, la aportación de los colaboradores, los carteles y los posibles maletillas y variedades, etc. son capítulos importantes del rito y crean todo un ambiente divertido y colorista.
Los prolegómenos comienzan con el nombramiento de los encabezados, que varían cada año, según las poblaciones, en número y estado. Lo común es que se nombren dos casados y dos solteros. Éstos se encargan de apuntar a las industrias, particulares aficionados y benefactores que colaboran monetariamente para sufragar los gastos del festejo.
La plaza o espacio para el espectáculo taurino se prepara con talanqueras, palos, machetes o burros, y vigas atravesadas y sujetos a puntos fijos (barandas, rejas, balcones, etc.) con sogas o alambres, aunque últimamente los ayuntamientos, en orden a una mayor seguridad, rapidez de construcción y eficacia han comenzado a instalar barreras metálicas.
Antiguamente, los “encabezados”, acompañados por otros mozos del pueblo, iban a buscar al toro a las dehesas con el alba, ataviados con los trajes a la vieja usanza: zahones, gorra encarnada o viseras, las cintas de diversos colores que las novias preparaban con gran celo, pañuelo rojo de seda al cuello (en algunas poblaciones regalo de la misma novia), polainas y botas camperas con espuelas, provistos de la pica.
Aunque se hable de torear, la palabra utilizada en otros tiempos era la de “correr al toro”, a veces por las calles, pero sobre todo, en la plaza, con las tarimas repletas de público y las peñas sobre el “cinorrio”, horca o roble (tronco de árbol que sustenta el tablado en alto, donde no alcanza el toro, y donde se agrupan los componentes de la peña con sus bebidas y comida: jamones, embutidos y frutas generalmente para reponer fuerzas). Durante la fiesta se cantan las típicas y numerosas “toreras”.
Las capeas tienen lugar durante dos o tres días –dentro del marco de las fiestas– por la tarde, o generalmente en los días siguientes a la celebración religiosa; pero también se suelta el toro por la mañana en algunas poblaciones; últimamente ha proliferado la denominada “vaquilla del aguardiente”, que tiene lugar de madrugada.
La fiesta taurina en la Vera se puede constatar de una manera más extensa y detallada mediante la lectura del libro Los toros en la Vera, que comprende los ritos, la historia, el desarrollo, el cancionero y un copioso reportaje fotográfico de estos festejos que pueden tener sus antagonistas, pero que sigue contando con una masa de adeptos. Y quizás podíamos decir como el académico, escritor y ensayista Ramón Pérez de Ayala: “Si yo fuese dictador en España, prohibiría las corridas de toros; como no lo soy, no me pierdo ni una”.
¡Felices y divertidas ferias y fiestas, según el santoral de cada cual, en este agosto de 2014! ¡Y que Dios reparta suerte!
Publicada: 30 julio de 2014
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