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La Serrana, más allá de La Vera

 “Esa es una mujer que ha fustaneado a muchos hombres, y al que no trabuca con sus carantoñas, lo compone con un bebedizo o se lo amarra a las pretinas, y hace con él lo que se le antoje, porque también es faculta en brujerías. Y si es con el enemigo, no se le agua el ojo para mandar a quitarse de por delante a quien se le atraviese, y para eso tiene el Brujeador. Usted mismo lo ha dicho. Yo no sé qué viene buscando usted por estos lados; pero no está de más que lo repita: váyase con tiento. Esa mujer tiene su cementerio.”

Doña Bárbara de Rómulo Gallegos

 En la Sierra de Tormantos, al Norte de Extremadura,  se mantiene la leyenda de la Serrana de la Vera, Isabel de Carvajal, una mujer nacida en Plasencia y de noble familia, nada menos que de los Carvajal, esos cuyo escudo adorna varios edificios de Extremadura. Isabel se enamoró y fue enamorada por el sobrino del obispo de la ciudad, quien la traicionó.  Presa del despecho, decidió irse a los montes de La Vera, muy cerca de Garganta la Olla, allí, en las cuevas que el granito hace en las montañas, construyó su guarida y durante una buena temporada se dedicó a vengar su honor en cuanto hombre pasaba por el lugar, así fueran pastores (la mayoría), viajeros, mercaderes o simplemente algún despistado que osara subir el escarpado sitio.

Su leyenda se fue extendiendo y ha llegado a nosotros a través de los romances que cantaban los pastores y los vecinos en las veladas, y ha atravesado generaciones enteras desde el siglo XVI hasta nuestros días. Hay quienes afirman que el venezolano Rómulo Gallegos escuchó la historia y le sirvió de inspiración para su personaje de Doña Bárbara, por eso comenzamos este texto con un epígrafe de esa obra de la literatura universal.

Isabel de Carvajal pasó a ser conocida como La Serrana de la Vera, y aún se cuenta su historia. Isabel no murió en una pelea, en igualdad de condiciones,  contra una de sus víctimas o por en un accidente en un barranco. No, sino que debido a su fama, el temor se extendió por toda la comarca y hasta ella llegó un día la autoridad de la época. Una de sus víctimas había logrado escapar e informó de su paradero. A la Serrana la atraparon y rápidamente la ahorcaron en plaza pública, justamente en la ciudad del Jerte. Esto, más o menos, es lo que cantan sus romances.

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La primera vez que tuve una imagen de la Serrana de la Vera, fue hace más de seis años, cuando cruzábamos del Monasterio de Yuste hacia Garganta la Olla por una carretera que bordea la montaña, justo en una primavera, cuando por las piedras cae el agua del deshielo y hay un brillo plateado sobre las rocas. Se trata de la estatua que decora un mirador que se asoma hacia el pueblo de Garganta la Olla. Tengo una imagen en la memoria: la mujer imponente que otea el horizonte, con una honda, un puñal y una perdiz colgando en el cinturón y, sobre el hombro derecho, una pesada ballesta. Está erguida frente al abismo, el pueblo está justo a sus pies, desde allí, de día y de noche, se escucha el correr de la garganta que baja de la sierra y aún hoy, después de tanto tiempo, cada vez que voy por ese lugar un escalofrío me recorre, no solo por el maravilloso paisaje sino por la historia de esta brava mujer. Inmediatamente después recuerdo otra imagen, aquella con la que inicia su libro Rómulo Gallegos: “Un bongo remonta el Arauca bordeando las barrancas de la margen derecha. Dos bogas lo hacen avanzar mediante una lenta y penosa maniobra de galeotes.”

 Publicado el  1 de agosto 2014

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