El paisaje más representativo de Extremadura es la dehesa; seña de identidad de una tierra de suelos pobres y de clima seco, donde el hombre ha vivido en armonía con la naturaleza. La dehesa es un ecosistema complejo y frágil, creado por el hombre a lo largo de los siglos mediante el aclarado del bosque mediterráneo primigenio (durisilva perennifolia). De este modo se logró una mayor penetración del sol, lo que posibilitó el desarrollo de otros usos además del forestal.
Este singular ecosistema, único en Europa, tiene su origen y su conservación en este modelo tradicional de explotación (agrosilvopastoril): agricultura (siembra de cereales a tercio y forrajeras), forestal (leña, carbón y picón, corcho), ganadería (con cuatro cabañas destacadas: vacuno, ovino, caprino y cerda). La presencia del cerdo y la cabra, alimentadas con bellotas (montanera) era de vital importancia para el mantenimiento del arbolado en óptimas condiciones.
Pero esta organización del trabajo, propia de una economía de subsistencia (no de mercado) respetando los ritmos lentos de la naturaleza, y la mayoría de los oficios tradicionales que la sustentaban forman parte del pasado. Las dehesas ya no se explotan siguiendo el modelo agrosilvopastoril que las ha mantenido vivas durante siglos. La economía de mercado ha roto este frágil equilibrio y el ecosistema ha entrado en crisis, dejando de ser sostenible.
El 51 % de la superficie agraria útil (SAU) de Extremadura está ocupado por dehesas, lo que nos da idea de su importancia económica y, sobre todo, medioambiental. Su principal problema en la actualidad es el envejecimiento del arbolado (600 años de media), cuya regeneración ha dejado de producirse. Los expertos han dado la alarma. El viejo y querido paisaje está en riesgo de desaparición. Con él, perderíamos mucho todos los europeos. Salvemos las dehesas.