Dingo: Como todos los años, los morales en estos meses de mayo y junio han comenzado a dar sus frutos negros, brillantes y dulzones, las moras que a ti te gustaban tanto. Yo apenas me atrevo a acercarme. Me atosiga la angustia de tu ausencia y casi diría que hasta he perdido en parte el paladar, ese cosquilleo sabroso del fruto que a mí también me agradaba sobremanera. Y mucho más cuando recuerdo que, aunque podías acercarte solo a comer, te complacía hacerlo conmigo; de la misma forma que te complacía acompañarme cuando salía a dar un paseo o subía a trabajar en mi biblioteca en la parte alta de la finca y me vigilabas apostado sobre el verde junto a mi ventana, mientras sentíamos el rumor del agua de la fuente cercana y el resplandor de la laguna radiante como una bandeja de plata azulada.
Hay muchas personas que vienen por aquí, a este especie de paraíso con vistas a la sierra de Gredos, donde tu viviste, y me preguntan por ti, porque echan de menos tu presencia, aquel recibimiento que demostraba tu sentido de la hospitalidad cuando alguien llegaba; sobre todo si las visitas venían con niños, con los que jugabas a pesar de tu edad… Ellos son los que más sienten tu ausencia.
Eras un perro inteligente, fiel y bueno. Sabías estar, retirarte cuando intuías que podías molestar y cumplir con cuanto te habíamos enseñado, como no entrar en la casa o cuidar con celo el recinto liberándolo de elementos extraños en pro de nuestro confort y tranquilidad.
Te fuiste el Jueves Santo de la Semana Santa pasada. Aunque no soy de los que atusan y soban los perros, nosotros nos comprendíamos con la simple mirada. Sabías como nadie entender mi humor, bueno o malo, según el nublado que se nos mete en el alma a las personas humanas, sin más comentarios. Pero, como fuera mi estado de ánimo, siempre movías tu cola en señal de afecto. ¡Ojalá muchos de los seres racionales con los que me cruzo fueran como tú… en este mundo de “crisis”, de gente irritada, de gente denostada, desahuciada, marginada, y de políticos y banqueros que lamentablemente no se conforman con comer unas moras! Es la ambición que rompe el saco, o termina por romperlo, digo yo, como se está demostrando. Por eso también te echo mucho de menos.
Yo creo que tiene que haber por fuerza un lugar donde vayan las almas de los perros y animales buenos como tú, que para mí tengo que debéis ser todos. Y recuerdo aquellas palabras de la Sagrada Escritura que por mediación del apóstol dicen que “Dios asume al final en sí mismo a todo el universo”; el regazo inmenso, infinito de ese Ser superior que rige los destinos de la vida, de cualquier vida, razonable o instintiva, ese Ser sin cuyo consentimiento o soplo no se mueve una brizna de hierba y en el que un día nos encontraremos todos seres vivientes.
Por eso, mientras cicatriza la herida de tu ausencia y me consuela la constancia de que fuiste feliz, te escribo esta nota, como un homenaje a tu recuerdo, que sirva para que todos los humanos reflexionemos en lo simple y breve que es la existencia y disfrutemos, como tú y yo, de esas pequeñas cosas que nos pueden hacer felices, como la compañía serena mientras paseábamos mientras tú retozabas entusiasta sobre el césped o cuando saboreábamos las moras que a ti te gustaban tanto…
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