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Historias de cine extremeñas

Las películas como los libros, especialmente las novelas, nos sirven para abismarnos en relatos y vidas ajenas a las nuestras. Por esa razón nos entretienen, nos evaden aislándonos de nuestra realidad y hacen que nos colemos en la trastienda de otras existencias y sucedidos (lo que gusta mucho al personal) que no tienen ninguna relación con los nuestros, aunque en ocasiones nos veamos identificados en ellos. El cine es ese arte que te abstrae durante un par horas en las que ríes, lloras o te estremeces viendo lo que les pasa a otros; afecta al espectador tanto o más cuando aquello que está sucediendo rememora el parecido con alguna de sus propias vivencias.

El cine español actual, uno de los mejores de Europa, tiene la cualidad y la calidad sobradas para removerte los sentimientos al reflejar con extrema habilidad cinematográfica aquellos vicios y cojeras sociales, políticas y sentimentales de las muchas que abundan en nuestro país y en otros.

Los cineastas (directores, guionistas y actores) nos hacen reflexionar sobre los vicios y virtudes de nuestra propia sociedad sin ardides torticeros, engaños o artificios. Nos los exponen a la vista con innegable buen oficio y maestría. En otro orden creativo no cinematográfico, uno ha tenido la oportunidad de apreciar y casi participar en alguna historia con argumento complicado en la tierra que ahora me acoge, Extremadura.

Esas narraciones te capturan la atención sin previo aviso. No ocurre como en el cine, al que vas intencionadamente, a hora fija y en una butaca, a mirar en la pantalla cómo se desarrolla un relato donde los personajes te exponen hechos y circunstancias históricas o contemporáneas. En la variante popular-cotidiana alejada de la narración honrada, los argumentos te llegan siempre adulterados a conveniencia y surgen o te los cuentan en las calles y plazas de ciudades o pueblos.

A ciertas personas les entretienen más esta clase de historias que las de las películas porque se sienten parte del casting; porque son personajes que intervienen con mayor o menor desacierto y porque siempre que participan están en el grupo de los “buenos” y acertados, que son los que luchan para desacreditar y despellejar a los otros que etiquetan como “malos” o desviados.

Uno se evade de esta práctica principalmente porque no es honesta, ni mínimamente aconsejable por su falsedad, al contrario que el buen cine. Prefiero las películas porque no mienten, cuentan siempre verdades incluso en algunas del género ciencia ficción. Lo mejor es ir a la sala de cine a ver filmes geniales como “”El buen patrón”, “Maixabel”, “Mediterráneo”, “La vida era eso” o “Josefina” por mencionar algunas de las actuales. Todas ellas cuentan historias que conmueven, que te hacen pensar, empatizar con los personajes que representan lo bueno al rechazar lo malo. Incluso es posible que te hagan ser mejor al ver y sentir lo que cuentan, que es algo más real y más cercano que la cháchara gratuita y desacreditada de plazas y bares. Resulta que es cierto, que hay historias extremeñas que son verdad, que te abrazan el alma y que ven la luz al afinar la sensibilidad y la propia observación de sus tierras, de sus buenas gentes y costumbres; son pelis sin rodar en las que tú eres el único narrador y espectador privilegiado. Eso, además de ser enriquecedor está pegado a la virtud de la empatía y colinda con la solidaridad. No es un método difícil, solo hay que observar con buena intención, encuadrando lo positivo para aprender a mirar buscando la verdad.

Publicado en febrero de 2022

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