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El Cristo de la Caridad de Jarandilla de la Vera

La llegada de septiembre nos invita a sacudir los calores del verano y soñar con el plácido otoño, envueltos en el frescor de sus tonos dorados, y, como siempre, precedido por las tradicionales fiestas de los Cristos que celebran diversas poblaciones de la Vera.

Entre ellas destacamos este año las fiestas del Cristo de la Caridad de Jarandilla, el 14 de septiembre. El día se anima con la procesión de la imagen del Cristo y la consiguiente subasta de andas y cintas, que inicia su recorrido desde la ermita, sita en las afueras, carretera de Navalmoral, hasta la Iglesia.

Allí se celebra la misa solemne y por la tarde se saca al Cristo de la Iglesia para presidir en la Plaza Mayor de la Constitución el tradicional ofertorio. Las mayordomas, ataviadas de los trajes regionales y con el acompañamiento de la charanga, aportan las bandejas de dulces típicos, como ofrenda de los cofrades al Cristo.

A esta ofrenda se une el resto de fieles y devotos, donando un abanico de presentes: dulces típicos y pasteles, macetas y flores, aves y animales de corral, frutos del campo, artesanía, etc. Pieza por pieza, sobre un estrado, los mayordomos van subastando las ofertas con las pujas consiguientes. A continuación ha lugar la procesión, con la subasta de andas y cintas, trasladando al Cristo de nuevo a su ermita, con lo que culmina la fiesta religiosa.

El insólito toro del Cristo de Jarandilla

Durante los dos o tres días siguientes, se celebra la fiesta profana, consistente principalmente en la celebración de “corridas” de toros y vaquillas, que se llevan a cabo en la Plaza Mayor de la Constitución, preparada al efecto, además de verbenas, concursos, conciertos y espectáculos por la noche, tras la fiesta taurina.

Hace unos años, al traer el cajón del ganado bravío, para la celebración de la fiesta en su cariz profano, se escapó un toro de la plaza, llena de público. El toro, de por sí bravío, como suelen ser los que gustan para estos festejos, anduvo de una a otra parte. Los fieles acudieron a la ermita y rogaron al Cristo de la Caridad que no ocurriera nada. Y, respondiendo a las rogativas, el toro volvió a la plaza milagrosamente por su cuenta, como el agua que vuelve a su cauce, sin percance alguno.

Desde entonces, las peñas acuden cada año a la ermita, tras las capeas, a dar gracias al Cristo por aquel hecho milagroso y le solicitan su gracia para la celebración sin percance alguno de la correspondiente capea al año próximo.

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