Por fin, después de un parto con fórceps y con cesárea, ya se sabe dónde se llevará a cabo una edición más de estas carnestolendas que han convertido a Las Hurdes en todo un referente de esas fiestas que suponen toda una renovación cíclica, tras una inmersión por la locura desatada. Y este año más que nunca, ya que ha sido aprobada la Memoria para declarar a este carnaval como Fiesta de Interés Turístico.
Ya solo queda el visto bueno por parte de la comisión técnica de la Junta de Extremadura, que se llevará a cabo el “Sábadu Gordu del Antrueju” (25 de febrero), cuando las “corróbrah” (cuadrillas) de los “rejuíjuh” (escenificaciones carnavaleras) desborden el pueblo de Azabal por sus cuatro costados y conviertan el lugar en una apoteósica desorganización organizada. “¡Este año más que nunca!”, como bien repite el alcalde de Azabal, Isidro Alonso Herrero, que está dispuesto a partirse el pecho y lo que haga falta, con tal de llevar la nave de los locos, heterodoxos y heréticos a buen puerto.
Los “entruéjuh”, tal y como se refieren las voces antañonas al Carnaval Jurdanu, no se origina en aldea alguna de la comarca, como erróneamente aparece en diversas páginas. Estas antiquísimas y ruralizadas carnestolendas se pierden, al igual que la tierra de Las Hurdes, en la noche de los tiempos. Son un heterodoxo compendio amasado a lo largo de los siglos (o tal vez, milenios), con el nunca han podido los anatemas y las dictaduras. Ni siquiera el oscuro y oprobioso régimen totalitario que precedió a nuestra actual democracia logró, pese a sus terribles prohibiciones, acabar con los aires libertarios, transgresores, transversales, irreverentes e iconoclastas de esta fiesta que, en aquellos años, se refugiaba en las recogidas aldeas de la montaña, camufladas entre sus pizarras y sus brezos.
El Carnaval Jurdanu es el eco ancestral que ha venido rebotando de cordillera en cordillera durante muchísimas lunas; una herencia legada por los antepasados y donde están presentes ritos y mitos que, rascando en sus raíces, nos pueden remontar a tiempos lejanísimos, ya fueren de nuestros calcolíticos de la Prehistoria (sus huellas permanecen en todos los concejos de la comarca), de las “fiestas de los locos” de épocas prerromanas y romanas o de nebulosas tradiciones de la Alta Edad Media. La dualidad muerte-resurrección está presente en “rejuíjuh” (escenificaciones) como los de la “Tía Rechonchona” o “La Osa de El Cabezu”. Alguien debe morir para que otros nazcan y, así, continuar el ritmo cósmico de la vida. Ha de fenecer el invierno y resucitar la primavera. Por ello, se espantan los males de la estación fría a golpe de cencerro y del aporreo de los tamboriles. Ritos fertilizadores o genésicos, como los de “La Cricona” o “Loh Araórih del Rozu”, donde la sexualidad y la sensualidad emiten susurrantes gemidos.
O aquel otro de “El Toru Bardinu”, el que con sus cuernos levanta las sayas de las mozas. Mitos como el del “Machu Lanú”, que abre los pasacalles carnavaleros y que viene a ser una sarcástica animalización del personaje que lo representa (se ironizan a los seres legendarios y monstruosos que habitan en las espesuras de los montes porque se les teme).
Vuelta al completo de la pirámide social: el más pobre e infeliz de la aldea es nombrado “Rey del Antrueju”, y el más libertino se convierte en el “Obíhpu Jurdanu”. Arcaizantes mitologías que se engarzan con cosmogonías y teogonías del fabuloso origen de Las Hurdes, cuyo máximo representante es “El Morcillu”, al que apalearán, ahorcarán y quemarán los hombres, suscitando el llanto y la desesperación de las mujeres. “Carantóñah” con mucho campanillo y muchas pieles por indumentaria, con caretas artesanales y manos y rostros tiznados. “Aquel que no s,encarantoña, no comi de la olla”, gritan a voces los “Diabrílluh”, las “Mózah del Guinaldu” y los “Tíuh de la Paja”, pinchando con sus horcas de palo o arrojando “repegúñuh”, paja y salvado a quienes solo están de mirones y no se meten en harina.
En suma, toda una catarsis colectiva, donde el mucho comer y el mucho beber, el mucho cantar, bailar y retozar aboca a los que participan activamente en esta esperpéntica fiesta a caer en trance y resurgir luego, cual Ave Fénix, para continuar en su lucha por la vida. Una histriónica fiesta donde nadie es más que nadie y en la que los espectadores debe aguantar carros y carretas, que bien dicen los jurdanos que “POL CARNAVAL, TODU PASA, Y EL QUE NO EHTÉ A GUHTU, QUE SE QUEDI EN CASA”.
Publicado, 2 de febrero de 2017
2 comentarios
Bien sabe dios que no lo digo como amigo, sino por justo reconocimiento a la labor que Félix Barroso hace de esa tierra extraordinaria. En cada pueblo, no debería tener una calle o una plaza si no un monumento. Te lo mereces, amigo.
Amigo Félix: Admiro la labor de divulgación que llevas a cabo sobre la mágica tierra que nos vio nacer, los mitos, las presuntas leyendas y viejas costumbres tan arraigadas en la comarca y tu personal estilo.
Llevo bastantes años investigando las raíces reales de tan peculiar patrimonio cultural y creo que te puede asombrar el resultado alcanzado.
No sé si te puedo aportar las pruebas en el sitio, por lo que te invito a entrar en la página que te dejo a continuación: elblogdechurruca.es
Espero te sirva de orientación.
Un abrazo.
Vidal.