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Menos de un dólar

El mayor hito en la breve y discreta experiencia editorial de la Asociación Cultural Alcancía, de Plasencia, se produjo hará cosa de diez años, cuando el crítico literario Ricardo Senabre reseñó de uno de nuestros libros en el suplemento Cultural del diario El Mundo haciendo que en pocas semanas se nos agotase la tirada. El libro se titulaba Paso de contarlo, era el segundo que publicábamos y su autor era un profesor salmantino afincado en Jaraíz de la Vera llamado César Martín Ortiz al que, por cierto, jamás llegué a conocer. Supongo que el contacto lo llevaríamos a cabo entonces a través de María Jesús Manzanares, miembro de la asociación y compañera de instituto del escritor, y que a través de ella recibiríamos los relatos y enviaríamos luego las pruebas y los libros, pues verlo, no llegué a verlo nunca, ya que tampoco logramos, en realidad, que aceptase hacer ninguna presentación del libro. De César solo sabía que escribía mucho y estupendamente –como pude comprobar por Paso de contarlo, pero también por Un poco de orden y Nuestro pequeño mundo– y que no tenía mayor interés en publicar ni en prodigarse, ingredientes que lo convertían en un ser casi mítico, en un escritor en estado puro. Después no volví a saber de él hasta que, hará algo más de cinco años, nos enteramos de que había muerto de forma prematura e inesperada, dejando, además, tras de sí un buen número de novelas y relatos inéditos. Ahora, al cabo de todo este tiempo, y gracias al empeño del incansable Chema Cumbreño, algunos de esos relatos han aparecido felizmente publicados en la editorial Baile del Sol en un libro más recomendable titulado Cien centavos.

cien centavosEn realidad, me cuesta trabajo hablar de Cien centavos como de un libro de relatos. Más bien parece una colección de apuntes del natural, de retratos de la vida cotidiana pasados por el filtro de la ficción por un individuo, César Martín Ortiz, dotado de la cada vez más rara costumbre de pensar y de una extraordinaria capacidad para contarlo. Los relatos o piezas narrativas de César son el resultado de una mirada lúcida que a menudo se posa en los aspectos aparentemente más nimios de la realidad y, a través de un sólido y pormenorizado análisis por escrito, los hace brillar, resplandecer, con una luz inesperada que nos deja boquiabiertos, entre otras cosas, porque su autor tenía, al escribir, esa fabulosa facultad que Walter Benjamin atribuía a los antiguos narradores orales de convertir cualquier anécdota en viaje o aventura y con la que consigue convertir su pequeño mundo en todo un universo narrativo.

He disfrutado muchísimo leyendo Cien centavos, tanto que al hojearlo para escribir esta reseña me han entrado unas ganas enormes de volverlo a leer, no sé si de principio a fin o salteado, de forma caprichosa. En cualquier caso, tengo la certeza de que lo disfrutaré aún más si repito, pues Cien centavos es uno de esos libros que resisten bien el segundo, el tercer asalto, todos los asaltos. Lo que me cuesta trabajo es destacar aquí, por encima de los demás, alguno cuentos. Puedo resaltar el sutil análisis sociológico de las dos entregas de “La jardinería en España”, o la disección casi antropológica que lleva a cabo en “Irrealidad y vida conyugal de la mujer rara” o la triste ternura de entregas como “El barco pirata de Lego” o “Cuento de un viejo”, pero sé que, al hacerlo, dejo injustamente un montón de títulos magníficos en el tintero. Lo que sí me encantaría, se lo aseguro, es recomendar los textos que sospecho que no están, pues, dada la prematura muerte de su autor, uno lee el título del libro, cuenta luego el número de textos que efectivamente lo integran y se pregunta si los dieciocho que faltan hasta cien se quedarían por escribir. De ser así, quizá entre ellos habrían estado las variantes femeninas de la interrumpida serie “Definición y letanía de los horteras”, quizá alguna entrega más de “La jardinería en España”, sin duda un buen puñado de magníficos, inteligentes divertimentos literario que, junto con el desaparecido cuaderno en octavo de Kafka o la sexta propuesta de Italo Calvino para este, nuestro tercer milenio, pasarán a formar parte, por méritos propios, de la biblioteca imaginaria de obras que, por aciagos avatares de la Literatura, nunca se llegarán a publicar.

Publicado: 2 de marzo de 2016

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