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Después de la letra Z

Marino González Montero es un tipo audaz que hace ya muchos años se lanzó a la aventura de montar la editorial de la luna libros con su mujer, Ana Crespo, con la que ha venido buscándose la vida, en la salud y en la enfermedad, en tiempos de bonanza y oscuros años de crisis, para que la cosa no decaiga, para seguir sacando libros y seguir dándonos, a los autores extremeños, la oportunidad de dar a conocer lo que escribimos, y hablo en plural porque Marino González Montero es desde hace tiempo, además de un buen amigo, mi editor, el responsable de que mis últimos libros, Palabras menores, Cicerone y El tesoro de la isla, hayan visto la luz.

Pero Marino también es escritor, y en ese terreno nada parece, tampoco, ponérsele por delante, pues ha publicado ya cuatro libros de relatos –uno de los cuales, En dos tiempos, resultó finalista del Premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en España–, es coautor de Puentes de Extremadura, de una edición ilustrada del Lazarillo, adaptador de textos teatrales de autores clásicos como Shakespeare o Plauto, y estoy seguro de que el día menos pensado nos sorprenderá (es un decir, una frase hecha, porque sé que, en realidad, conociéndolo, no nos va a sorprender) con una novela, o con cualquier otra inesperada empresa literaria. He dejado para el final, a propósito, que Marino es, también, poeta, porque es de su segundo libro, Un estanque de carpas amarillas (el primero, Incógnita del tiempo y de la velocidad, lo publicó hace varios años), del que quería hablarles esta quincena.

Comenzaré diciendo que he disfrutado reencontrándome con el Marino poeta. Ya de entrada, como soy amigo de simetrías, de distribuir las cosas de forma equilibrada, me agradó descubrir, nada más abrir el índice, que el libro está dividido en cuatro partes –verano, otoño, invierno, primavera– cada una de las cuales contiene, a su vez, siete poemas, y me da incluso la sensación –porque tampoco he querido llevar a cabo una especie de disección post lecturam del poemario– de que también los temas, tonos y tipos de poemas que integran el libro están meticulosamente distribuidos, de modo que en cada estación haya un poema de amor, uno que evoca la niñez, un juego de tankas o de haikus, un poema que es, un poco, un grito, y eso le hace a uno tener la sensación de ir atravesando, mesuradamente, poema a poema, los meses de un año e ir viendo cómo evolucionan, en ese tiempo, las obsesiones, los miedos y también las alegrías del poeta.

El conjunto está, pues, perfectamente armonizado, y creo que en cada una de sus partes, de sus piezas, puede uno ir escuchando clara la voz grave del poeta. Leyendo “Curso de estarcido”, “Los tankas de septiembre”, “Sangre de siesta” o “Ha pasado un año” me parece estar oyendo a Marino recitar. Supongo que en parte la razón es que ya he tenido ocasión de escucharlo interpretar textos de Sed o poemas de Incógnita del tiempo y la velocidad en las lecturas teatralizadas que acostumbra a montar con sus incondicionales Claudio Gutiérrez y Jesús Manchón, pero quiero pensar que detrás de ello está también el paulatino afianzamiento de una voz propia, reconocible por encima, o por detrás, de los distintos temas y los distintos tonos, y que se hace evidente en un frecuente retorcimiento de la sintaxis, en la repetición de estructuras como elemento rítmico, la distorsión del verso por medio de sangrados y huecos en blanco, el ingenioso tuneado de expresiones hechas (cómo me gusta Ya están las tardes ardiendo de las suyas), las notas de color o en un tono entre bronco, tierno y canalla que explica que, en un mismo poemario, pueda despertar toda tu indignación con poemas como “Tiro de gracia” o dejarte desolado, conmocionado, con otros tan contundentes como “Tuvo que venir” o “Las tueras”.

Una vez, hace varios meses, le pregunté a Marino si no pensaba participar como poeta en Luna de poniente, la colección de poesía extremeña contemporánea que él mismo, durante cuatro años, ha ido poniendo pacientemente en pie con la ayuda del también escritor Elías Moro y de la que hablé aquí hace varios meses. Me dijo entonces que no, y sus razones tendría, desde luego, pero considero que Un estanque de carpas amarillas viene a demostrar que su poesía está más que a la altura de la que él mismo ha ido publicando en esa colección, y que el libro, por lo tanto, bien puede considerarse un más que digno a apéndice a esa aventura editorial que ha querido dar generosa muestra, de la A a la Z, de la poesía que se está haciendo estos años en Extremadura.

Un estanque de carpas amarillas

Marino González Montero

de la luna libros

14,00 euros

Publicado: 2 de octubre de 2015

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