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El gran Vilas

Hay autores que, por más que uno quiera lo contrario, acaba tardando en leer. Son autores que salen a relucir cuando uno hojea suplementos culturales y que quedan revoloteando alrededor de su cabeza, como una promesa de felicidad lectora, pero que parece no llegar nunca a atrapar porque siempre hay algún otro libro que, por el motivo que sea, acaba adelantándose y tomando por asalto el espacio de la mesilla de noche.

Vivas

Es algo que me ha pasado durante mucho tiempo, por ejemplo, con Manuel Vilas: he oído hablar bien de él, he leído reseñas muy sugerentes sobre sus libros y he visto a menudo comentarios entusiasmados de amigos en cuyo criterio confío, pero, pese a tan buenas expectativas, no había llegado a leer nada suyo, eso hasta que hace mes y medio, en la librería de un sitio de playa –uno de esos lugares en los que uno no espera hallar otra cosa que no sean bestsellers o bodrios de bolsillo en inglés o alemán–, encontré su último libro, Setecientos millones de rinocerontes, y decidí (seducido, además, por tan desconcertante título) que había llegado el momento de enfrentarme al gran Vilas.

El combate ha resultado, la verdad, la mar de satisfactorio. Lo que no sé muy bien, sin embargo, es qué decir de él, con lo que supongo que tienen razón todos los que califican al autor, y a su obra, de inclasificable. Aprovechando esta senda de lo trillado, de lo ya dicho, otro adjetivo del que veo que se abusa al hablar de Vilas –he echado mano de google para comprobarlo– es delirante, uno de esos términos que uno encuentra con cierta frecuencia en las contraportadas de los libros y de los que, en principio, desconfía, porque más bien le parecen ganchos para tratar de atraer su atención de posible comprador, pero que en el caso de Vilas está bien traído, pues describe bien el tono y la deriva de los relatos que integran el libro, que tienden a evolucionar de la forma más caprichosa e impredecible -eso cuando no son caprichosos e impredecibles desde el mismo comienzo-, un poco en la línea de Sergio Pitol o, más aún, de otro autor que me gusta mucho, el argentino César Aira, aunque con un matiz quizá más gamberro.

Los relatos hablan de todo, de cualquier cosa, “conforman –según el texto de la contraportada– una suerte de manual de antipsiquiatría para aquellos que sienten de verdad y que viven con pasión” y parecen brotar de una pulsión narrativa intensa, desmedida, que se concreta en una prosa enérgica y potente que permite a Vilas hacer lo que le da la gana, colar a Franco, el rey Juan Carlos o a García Márquez como protagonistas de sus relatos, convertirlos en pesados rinocerontes o travestirse en distintos personajes, principales o secundarios, que no necesariamente tienen por qué tener mucho que ver con él, con el auténtico –si es que existe un auténtico– Manuel Vilas.

Vivas

La misma sensación, la de una escritura sin límites, la tuve luego leyendo uno de sus libros anteriores, Los inmortales, en el que, por cierto, entran en juego grandes mitos culturales de mi generación como el coche fantástico, el equipo A o El día de la bestia, en el que Juan Pablo II se convierte en Ponti, la Madre Teresa, en Mother T, Aznar en un turista secundario y en el que se propone, por ejemplo, la reconquista, para el cristianismo, de una Latinoamerica inexplicablemente convertida al Islam, desvaríos narrativos que ponen de manifiesto que Vilas escribe con una libertad absoluta.

Por lo que respecta a sus poemas, he leído también estos días Amor, recopilación de sus primeros poemas y poemarios. El libro contiene versos de una sinceridad aplastante y desinhibida, que transcurren en carreteras, bares y hoteles en los que se come, se bebe y se folla, en los que se ama y se odia con gula y sin tapujos y que componen una suerte de desmedido canto a sí mismo en el que el yo alcanza un peso tan enorme que llega casi a anular todo lo que le rodea, rozando la misantropía.

Vivas

Solo me queda decir que a mí Vilas me ha gustado, y que estoy deseando leer España, Aire nuestro o El hundimiento. De lo que no estoy tan seguro es de recomendar su lectura, porque sé que no todos los lectores están tan dispuestos como yo a dejarse llevar por el desvarío, porque sé que la sinceridad arrolladora de sus poemas puede llegar a desagradar, si no a ofender, a más de uno. Lo que sí puedo decir es que leer a Vilas, sobre todo al Vilas narrador, es tremendamente divertido, y que al leer sus delirantes relatos, sus exaltados poemas, uno tiene en todo momento la sensación de que, después de todo, Vilas nos está hablando de algo importante, trascendental, de que nos está hablando de este mundo muchas veces delirante, hipócrita y ofensivo que nos ha tocado vivir, y hasta aquí puedo escribir: decidan ustedes mismos ahora si merece la pena el viaje.

 

Setecientos millones de rinocerontes

Manuel Vilas

Alfaguara

17,90 euros

 

Los inmortales

Manuel Vilas

Alfaguara

18,50 euros

Disponible en la Biblioteca Municipal de Plasencia

 

Amor: Poesía reunida 1988-2010

Manuel Vilas

Visor

14 euros

Disponible en la Biblioteca Municipal de Plasencia

Publicado en agosto de 2015

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